Era inevitable. Charles Oakley, Dennis Rodman, Scottie Pippen, Shawn Kemp... el verano es época para los rumores del regreso de los cuarentones a la liga, y con los Celtics buscando más piezas que añadir a su ambicioso proyecto, los caminos debían cruzarse en algún lado para dar como resultado los ecos del regreso de uno de los jugadores más carismáticos de la última década.
Al parecer, y según han confirmado ya ambos implicados, Danny Ainge y Reggie Miller habrían entablado conversaciones para el hipotético fichaje de Reggie por los remozados Boston Celtics. Las conversaciones no habrían pasado de la hipótesis, y no parece probable que el milagro tenga lugar.
Más aún cuando la franquicia acaba de cerrar la contratación de Eddie House y mantiene a Tony Allen en plantilla. Siendo escoltas los dos únicos hombres exteriores potables en el banquillo, la contratación de Reggie se antoja entre caprichosa e innecesaria.
A sus 42 años y tras haber disputado sus 18 temporadas profesionales en los Indiana Pacers, un regreso desesperado por el anillo no haría más que empañar una despedida de cuento de hadas: en los Playoff, con 27 puntos, con un tiempo muerto solicitado por el propio coach rival, Larry Brown (neoyorkino para más inri), y con el equipo rival en media pista sumándose a la ovación.
Ni siquiera un anillo podría mejorar lo que fue una despedida a la altura de los más grandes.
Porque Reggie nunca necesitó el anillo para ser grande.
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